Vivía bastante lejos del colegio, pero todos los días llegaba más temprano de lo que teníamos que llegar, con una sonrisa inmensa y muchas ganas de seguir aprendiendo. No estoy muy segura de qué papel tenía, si ellos eran mis alumnos o era yo la alumna. Siento que en la escuela, todos teníamos todos los papeles. Todos mis compañeros eran muy respetuosos y no eran ROBOTS ni DINOSAURIOS, se mostraban humanos, con nuestras preocupaciones y nuestros sueños. Hasta ese momento, nunca me hubiera imaginado hacer planes de vacaciones con gente del trabajo. Ahí era diferente. A pesar del “ocupado parisino” que hace que siempre estés ocupado. Siempre que podía me encantaba compartir tiempo con mis compañeros del colegio: algunas comidas, visitas, conocer a sus familias, meditar juntos, compartir, pasear, reir, cotillear… Me sentía verdaderamente a gusto.
En la escuela con mis alumnos podía practicar una parte de mi que estaba latente en la profundidad: la energía. Les mostraba como gestionarse, cómo la energía influía en ellos y la manera de comportarse. Teníamos un difusor de esencias y ellos elegían la esencia del momento según el foco de la actividad que íbamos a realizar, reflexión, lectura, proyecto de exploración. Poco a poco, cada uno comenzaba a conocerse un poquito mejor, comunicarse y sobre todo saber lo que les estaba moviendo desde su interior. ¿Cuántos de nosotros nos hubiera gustado que nos hubieran enseñado desde ese punto?
Al año de estar en ese precioso lugar, la directora cambió y la energía cambió. Poco a poco comencé a sentir que estaba retrocediendo en el tiempo. Cuando iba al colegio, me llegaban recuerdos y sensaciones de cuando yo iba al colegio. No quiero que se me malinterprete y que se piense que no me gustaba ir, pero comparado con lo que habíamos creado, comenzaba a sentirse un cambio de dirección hacia una enseñanza más tradicional. 🙁