Hay días en los que estás cansada y no te escuchas. Sigues hacia delante. Te compras la frase de: tengo que, debo de, sin mi ellos no pueden avanzar… pero ¿qué le ocurre a tu energía cuando sigues estirando el chicle? Tu energía baja, baja y mucho.
Esto no te lo cuento porque lo haya leído en alguna investigación o libro sobre energía o autoconocimiento. Te lo cuento porque lo he experimentado en mi, en numerosas ocasiones. No sé si serás de las mías, quizás te rías y conectes o pienses que es un poco exagerado. Soy de las que aprende por repetición y si el golpe es suavito, no me entero. Necesito uno más fuerte que me haga despertar, sacudirme y cambiar de dirección.
Hace unos años uno de esos golpes apareció en todos los planos por los que podía llegar. Te cuento todos los personajes que estaba llevando encima:
- Profesora de Primaria de un Colegio
- Coordinadora de Arte del Colegio
- Daba clases extraescolares de Español para Extranjeros
- Entrenaba como bailarina de Pole Dance 3 veces en semana
- Estaba preparando un show con un grupo de bailarinas de manera profesional
- Ayudaba a un artista en su Galería y me ayudaba a desarrollar mi amor por el arte a través del pincel y los colores
- Daba clases casi todos los fines de semana en otros países que no era donde yo residía
- y por si sentía que era poco, me metí a hacer unas audiciones como cantante soprano en una coral
Un día me fui a levantar de la cama y me caí al suelo. Me asusté mucho porque pensé: ¿pero qué ha ocurrido? ¿es un sueño? ¿sigo ahora dormida? No estaba dormida. Estaba despierta sentada en el suelo y sin sentir mis piernas. Con esfuerzo logré volver a la cama y me tumbé. Comencé a observarme. En ese momento no sabía nada de la meditación, Reiki, no tenía ningún recurso y ni la menor idea de lo que me estaba pasando. Respiré hondo. Cogí el teléfono y tuve que llamar al colegio para avisar que no podía ir porque no me encontraba bien. Me sentía cansada pero nada diferente a otros días. Comencé a tocar las piernas para ver si las sentía y sí, lo único que no podía ponerme de pie.
Sin saber a quién acudir, se me ocurrió llamar a mi vecina que es masajista y pedirla ayuda. Al coger el teléfono, noté como si un calambre me recorría por la espalda y me sacudió la cabeza. ¡Qué horrible! El calambre me provocó un tirón tan fuerte en el cuello que se me quedó clavado hacía un lado. No sabía si reír en ese momento o llorar. Respiré hondo. Intenté calmarme y llamé a mi vecina.
Cuando apareció, rompí a reír y llorar. Ella con los ojos como platos me intentó relajar un poco y ya por la tarde volvió para verme con más detenimiento y hablar conmigo.
Estaba rompiéndome por todos los sitios. Había estado huyendo de mi, de mis sentimientos, de mis alarmas, de querer parar, de querer priorizarme. Mi cuerpo me decía basta. Cuídame o me rompo. Ella, mi vecina, también me lo dijo claro; y eso que ella no sabía ni la mitad de lo que yo hacía. Tienes que parar, ¿has probado a darte momentos de no hacer nada? Yo me reí diciendo que no hacer nada no estaba en mi vocabulario. Pues pruébalo, me respondió.
Poco a poco, comencé a observar, qué era aquello que me estaba haciendo realmente feliz en ese momento y qué cosas me drenaban la energía sin recargárme.
¿Quieres cuáles fueron los puntos que fui dejando? ¿Cuáles fueron las emociones y retos a los que me tuve que enfrentar? Te lo cuento próximamente.
Con amor,
Irene 🌻